Enredos de aeropuertos

Relato tomado de mi libro «Despertares»

Transcurría el jueves 26 de enero de 2013, en Dallas Texas, finalizaba una jornada de entrenamiento y me disponía a regresar a Venezuela. Debía tomar un vuelo en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth a las 2:00 p.m. con rumbo a  Atlanta, luego desde allí tenía conexión hasta el aeropuerto de Maiquetía, que le da servicio a la ciudad de Caracas. Ese mismo día algunos compañeros habían planificado un paseo para el Museo de Kennedy y lamenté que me lo iba a perder, pues coincidía con mi partida.

Al llegar al aeropuerto procedí con la validación de mi boleto. Aquí comenzó mi extraña aventura.

Me tocó el turno en la taquilla de atención y allí me dicen:

—Buenos días señor, ¿hacia dónde se dirige?

—Mi destino es Caracas Venezuela, con escala en Atlanta.

—Señor todos los vuelos hacia Atlanta están cancelados, por una fuerte nevada, ese aeropuerto está cerrado hasta nuevo aviso.

—¿Cómo? ¿Y entonces? ¿Qué alternativa me ofrece?—exclamé.

—Le recomiendo que reprograme su regreso para el lunes de la próxima semana; los pronósticos del tiempo predicen que por lo menos hasta el domingo persistirá esta situación.

—Eso no está dentro de mis planes y tengo compromisos que atender. ¿Quién pagaría por mi estadía?

—En eso no lo puedo ayudar, la aerolínea no es responsable del mal tiempo, se trata de un caso fortuito.

—Usted me puede ofrecer otra opción, para llegar a Maiquetía, a través de otras conexiones.

—No es posible, las rutas están colapsadas.

Acto seguido, la funcionaria, llamó al próximo pasajero, con tono cortante, diciendo “Next”.

Yo protesté de manera enérgica:

—Un momento usted debe ayudarme. No puede dejarme desatendido.

—Lo siento señor, lo mejor que le puedo recomendar es que venga mañana a partir de las 4:00 a.m., a ver si tiene suerte y le podamos conseguir una ruta hacia Caracas.

Frustrado y confundido, procedí a llamar a mis compañeros que aún permanecían en el hotel y ellos me apoyaron en reservar la habitación por una noche más. De regreso a mi albergue, sin pensarlo dos veces dejé las maletas y tomé un taxi para el Museo Kennedy. No quería perder la oportunidad de visitar este emblemático e histórico lugar; este es otro interesante relato que requiere especial atención.

De nuevo en el hotel me dediqué a ver las noticias para entender la situación. Los reportes de Atlanta eran la gran crónica de todos los canales informativos, abundaban los detalles de lo que estaba ocurriendo. Los periodistas comentaban que hacían más de 50 años que no se presentaba una nevada equivalente. Esa ciudad no estaba preparada para afrontar esta realidad y la reacción era lenta, recibían el apoyo de otros estados del país. Las personas dejaban estacionado sus vehículos en plena autopista y caminaban a los locales comerciales para refugiarse del frio.

A las 4:30 a.m. del día viernes 27 de enero me dirigí otra vez al aeropuerto, a ver si corría con suerte de conseguir cómo llegar a Caracas. Me recibieron de manera amable y me ubicaron en una ruta peliaguda: Dallas – Detroit- Atlanta – Maiquetía. Tomaron mi maleta y me entregaron los pases de abordaje. No entendí el porqué de semejante enredo, pero no discutí por temor a quedarme sin opciones. El Aeropuerto Internacional de Dallas-Fort Worth es el tercer aeropuerto más ocupado del mundo en términos de operaciones aéreas, mientras el de Atlanta es el segundo más transitado del mundo por tráfico de pasajeros después del aeropuerto de Londres-Heathrow, pero además el primero por aterrizajes y despegues. En esa intrincada ruta estaba trazado mi itinerario. Dos aeropuertos, inmensos, complejos y con una interacción de elevados movimientos de personas y conexiones.

Me desplacé a la puerta de embarque con destino a Detroit, me posé en una cómoda poltrona y me adormité. Habían transcurrido unos 30 minutos de espera y me despertó un llamado por los parlantes: “Atención señores pasajeros se anuncia que el vuelo número 070 con destino a Detroit, tendrá un retraso de dos horas en su salida”.

Tuve una mala corazonada y enseguida revisé mi ajustado itinerario; en efecto ese cambio echaba todo a perder. Perdería la conexión de Detroit a Atlanta. Fui una vez más a la taquilla de confirmación de vuelos. La señora que me atendió, me dijo de manera tosca:

—Estos pases ya no funcionan. —Y los rompió.

Me quedé absorto  y reclamé:

—¿Entonces?, ¿cómo me va ayudar?

—Lo lamento señor no hay posibilidades de vuelo hacia Atlanta hasta el próximo martes. Llame el lunes después del mediodía para que le sea asignado un vuelo.

—¡Esto es inaudito!

—Ya le expliqué señor, lo siento no puedo hacer más por usted. —Y enseguida pronunció la odiosa sentencia: “Next”.

—Le repliqué— un momento ¿Está segura que no hay ningún vuelo para Atlanta?

—Sólo hay uno, sale a las 12:30 p.m., pero está sobrevendido.

—Colóqueme en lista de espera.

—No puedo hacer eso, pero si usted quiere correr el riesgo diríjase a la puerta de embarque y consulte allí, pero le anticipo hay varias personas en su misma situación.

Me trasladé a la taquilla del vuelo:

—Buenos días señor ¿En qué le podemos ayudar?

—Buenos días, deseo ser incluido en la lista de espera, para el vuelo con destino a Atlanta.

—Señor ese vuelo está lleno y tenemos 8 personas por delante de usted.

—Por favor, inclúyame como el noveno.

Por fin, después de tanto esperar anuncian la salida del vuelo y convocan a los pasajeros para abordar por orden de filas. Veinte minutos después comienzan a llamar de manera insistente a cuatro pasajeros que faltaban para llenar el avión, con sus nombres y apellidos, y repiten este procedimiento por tres ocasiones.

—Último llamado para abordar al Señor Jhon Pereira.

Como el señor Pereira no estaba, anuncian la llamada al primer pasajero en lista de espera y escuché el nombre de una afortunada dama. Ella lucía como una típica norteamericana. Se levantó de su asiento, como activada por un resorte, y gritó, yes, mientras movía su antebrazo derecho hacia su tronco flexionando el codo. Parecía tan emocionada por abordar el vuelo, que cualquiera pensaría que se había ganado la lotería.

Continuó el proceso y se escuchó por los parlantes: “Último llamado para abordar el vuelo 040 con destino a Atlanta al Señor Robert Black”.

Como no se presentó:

Llamaron al segundo de la lista de espera y enseguida apareció el afortunado. Mi angustia crecía. Al llegar la última posibilidad que me quedaba me fluía adrenalina pura. Llamaron a la cuarta persona de la lista de espera, y gritó aquí estoy, estaba a unos pasos de la taquilla, atenta e impaciente para subir a la aeronave.

Durante unos pocos segundos me sentí derrotado. Bajé la cabeza y pensé que no todas se pueden ganar; pero enseguida me repuse y me dije: si he de perder que no sea por desistir. Mientras tomaba ese nuevo aliento, anuncian en los parlantes que el vuelo había sido cerrado.

Aun así, fui a la taquilla y le comenté mi atropellada aventura a la señora que se disponía a cerrar la puerta del puente de embarque. Aquella cara impávida, me revelaba que  no me estaba prestando atención, levantó la mirada por encima de los lentes y me refutó con autoridad:

—Señor usted no escuchó: “el vuelo ha sido ce-rra-do”.

Se dio la vuelta dando por terminada la conversación, cuando le respondí con el más conciliador tono que me fue posible:

—Sólo le pido que, por favor, vea en el sistema lo que ha ocurrido con mi caso, —mientras le entregaba mi pasaporte. No sé de dónde me salió eso.

Con marcado desgano tomó mi pasaporte, ingresó mis datos y la vi estremecer la cabeza; continuó tecleando y su cara de asombro crecía. Luego exclamó:

—¿Quién hizo este desastre de itinerario?

—Lamento decirle que algún compañero suyo—le contesté.

Frunció el entrecejo con la vista fija en la pantalla, mientras seguía pulsando las teclas con gran velocidad. Permanecí mudo, para no entorpecer, y con la esperanza de que me dijera algo. Luego de un par de minutos, que me parecieron horas, me preguntó:

—¿Usted está listo para abordar el avión?

—Por supuesto que sí, aquí traigo mi equipaje de mano.

—La cabina está llena y no cabe más nada, pero se lo puedo enviar por la bodega y usted lo retirará en su destino final.

—Perfecto, pero escuche, ¿qué hay de mis maletas? Las entregué esta mañana; no sé cuál será su paradero y me pregunto ¿Me llegarán a Maiquetía?

—No se preocupe, todo está resuelto. Usted tranquilícese y venga conmigo, apúrese antes de que nos cierren la puerta del avión.

Con el drama resuelto, comencé a caminar hacia el puente que comunica con la aeronave, cuando de repente apareció gritando una persona, quien se identificó como Robert Black. Mostró su tiquete y reclamó para que lo abordaran. La respuesta fue contundente:

—Lo siento señor Black el vuelo ya fue cerrado.

Acto seguido la operadora me dijo:

—Siga adelante, usted está registrado en este vuelo.

Justo en la puerta del avión la señora, que con diligencia había resuelto mi situación, me detuvo un instante y me dijo:

—Quiero presentarle a una persona. Yo seguía atónito, —y ella me preguntó— ¿Usted tiene idea de quién es este caballero?

Le respondí:

—No tengo la menor pista de quien pueda ser, pero me da un gran gusto conocerle.

Y procedí  a estrechar la mano del caballero.

—Pues él, es uno de nuestros excelentes pilotos; tenía previsto tomar este vuelo y nos informó, hace unos minutos, que se le presentó un imprevisto y por lo tanto no volaría hoy para Atlanta. Es decir usted va a ocupar su puesto en el avión. De manera que es a él a quien debe agradecer su repentino cupo.

Un tanto relajado bromeé:

—¿Cómo, es eso de que voy en su puesto?, ¿acaso voy a manejar esta aeronave? Mi licencia de conducir es de tercera y no creo que sirva para mover este aparato.

—No, usted se va para la última fila del avión.

—¡Ah!, ok.

Caminé hasta el final del pasillo, me correspondía el último puesto en la ventana y me sentía aún acelerado pero satisfecho de esta proeza.

En realidad ocurrieron otra serie de contratiempos antes de llegar a Maiquetía pero nada comparado con estos episodios.

Luego de pasado el agite de esta experiencia de viaje, seguí convencido de que viajar es vivir. No es sólo por el someterse al contraste con otras culturas, sino además porque nos saca de la zona de confort.

Nunca se rindan, porque a veces no se sabe que tan cerca pueda estar la meta.

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