Un día en Venezuela dependerá de la región, el sitio específico donde se viva y de la condición socioeconómica de quien la viva. Sin embargo para todos los estratos el impacto de la devastadora tiranía es de grandes dimensiones.
Voy a narrar la manera cómo escucho a diario, a algunas personas de los sectores populares, que son los más afectados. Seguramente en el interior del país la situación es aún más dramática.
Para una persona que reside en un barrio popular de Caracas el día comienza a las 5:00 de la mañana. Se levanta revisa si tiene electricidad, luego si hay agua, se asea y se alista para ir al trabajo. Hurga en los estantes de la cocina a ver si quedó algo de café, masa para las arepas o un pedazo de pan. Luego valida si aún hay azúcar. En un día con suerte puede que le alcance para preparar unas pequeñas tazas de ese estimulante brebaje y quizás consiga algo para rellenar una arepa. Se alista para la aventura bajando por las oscuras e irregulares escaleras de su barriada, ligando no tropezar con algún delincuente amanecido. Camina hasta la estación del metro más cercana o hasta la parada de minibuses. Respira hondo mientras se prepara psicológicamente para el duro forcejeo que le espera. Al llegar a la estación del metro serán entre la 6:30 y 6:45 a.m. Se encuentra que la estación está completamente llena y para variar hay retrasos en los trenes. Las excusas, las mismas de siempre, van desde avería de algún tren, alguien se suicidó lanzándose a las vías férreas o fallas operativas (nadie sabe qué es eso, pero es como cuando vas al banco y te dicen que no hay línea). Entrar en el vagón del tren, es una batalla campal casi de subsistencia; si logras abordar debes revisar que aún conserves tus pertenencias. Si viajas con niños o ancianos los riesgos se multiplican y no se te ocurra llevar más allá de lo estrictamente necesario, de lo contrario la exposición a que seas objeto de atraco se verán incrementadas. Luego de una hora promedio de viaje (sin aire acondicionado, en total hacinamiento y fuertes jamaqueos) prepárate para salir del tren, con el mismo coraje y previsiones que tomaste al abordarlo. Nadie estará pendiente ni capacitado para socorrerte. Así que solo dependes de tu sentido común y de la buena suerte.
Llegas al edificio de la oficina, en este caso un piso 10. Muy probablemente debas hacer fila (en Venezuela decimos hacer cola), para abordar el elevador. Si eres muy impaciente o la cola es muy larga quizás optes por tomar las escaleras. Al fin estás en la oficina, se supone que tu hora de entrada es a las 8:00 a.m., pero otra vez llegaste veinte o treinta minutos tarde. Tu jefe te mira y mira el reloj; bajas la cabeza y caminas, ya estresado, a tu lugar. Con todo el ajetreo no has tomado tu desayuno, eso te incrementa la presión, y en cinco minutos te tragas tu arepita. Ya son las 8:45 a.m. A media mañana te enteras, por un mensaje de whatsapp, que llegó un producto básico al supermercado más cercano y con un disimulo burdo sale la gente de la oficina a tratar de conseguir los alimentos necesarios. La apariencia, higiene y escasa iluminación del comercio de víveres causa depresión y angustia. Hileras de estantes y neveras completamente vacías; y anaqueles con productos inútiles y repetidos, para dar sensación de abastecimiento. Es necesario conservar el foco, es preciso moverse de prisa al lugar exacto donde está la mercancía buscada, antes de que se acabé. Muchos corren y atropellan, a su paso, a quien sea. Es muy probable que te reciban con una sorpresa, cómo ¿cuál es el último número de tu cédula?, a ver si te corresponde comprar y restringen las cantidades “asignadas” por personas. Te puede tocar la sorpresa de que no tienes derecho a comprar ese día y perdiste tu esfuerzo, toca manejar la frustración. Si lograste tomar los productos, debes apurarte para ir a la cola de la caja, pues seguramente los puntos de ventas (POS) estarán lentos y comienza otro viacrucis y a rogar que no falle la electricidad o la misteriosa línea. Regresas agitado a la oficina y tu jefe te vuelve a ver de manera inquisidora, ya estás hastiado y hasta resteado y por eso no le paras; él se te acerca y te pregunta cómo te fue con las compras, a ver si puede hacer lo mismo.
Llega la hora de almorzar, en estos tiempos ya nadie puede darse el lujo de comer en la calle. Todos, desde gerentes hasta los obreros, llevan la comida de su casa. Es necesario hacer otra cola más para calentar los alimentos, en los pocos hornos de microondas que aún funcionan; pues cada vez se reduce el número de estos artefactos debido a las fallas eléctricas y al excesivo uso. La reposición y reparación de equipos es otra historia.
Si falla la conexión de Internet en la oficina, se ve afectada la labor y algunos aprovechan a ver si en la farmacia se consigue algún medicamento para un familiar. Es casi seguro regresar con las manos vacías. Esta situación es angustiante. Algunas personas padecen enfermedades crónicas, o su salud y hasta su vida depende de ciertas medicinas. Las respuestas más frecuentes de las personas que atienden las farmacias, ante los desesperados usuarios, son: no hay, no sé cuándo nos llega, pregunte en tal o cual sitio.
Cuando se acerca la hora del retorno a casa es necesario validar por las redes sociales cómo está el metro, o las vías a esa hora, a veces es imperativo salir antes de la hora. Generalmente en las empresas la hora de salida es a las 5:00 p.m., las complicaciones del viaje de regreso son muy similares a las de la ida, sólo que ahora ya estás cansado y se aproxima la peligrosa noche. Llegar a casa puede oscilar entre las 6:45 y 7:30 p.m. Casi todas las personas evitan las paradas intermedias, de regreso a sus moradas.
Ya en “el dulce hogar” te espera la calamidad de ver las dispensas vacías, no ha llegado el agua o se fue la electricidad. Caso muy común es que llegue el agua por media hora, se debe llenar envases, lavar los platos, tomar una ducha, llenar lavadoras, ollas y todo cuanto sea posible en esa carrera contra el tiempo. Si en casa hay niños o adultos mayores, la situación es más complicada. Si se enciende la TV se corre el espantoso riesgo de ver al dictador hablando sandeces en un lenguaje soez. Ya saben, culpando a Trump, a la UE, a Almagro, a Uribe, a Bolsonaro, a Macri a los “oposicionistas apátridas” y hasta al mismísimo Cristóbal Colón de tener una guerra económica contra la “patria”. Mientras esto ocurre, en un día corriente, la guagua sigue en reversa y a toda marcha rumbo al precipicio. Así que para terminar el día es mejor irse a la cama y tomar fuerzas para seguir aguantando esta pela.
Cosme G Rojas D
30 de noviembre de 2018
Twitter e Instagram @cosmerojas3
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