El término populismo se remonta a la palabra latina «populus», que significa «el pueblo». Según la RAE, es una tendencia política que pretende atraer a las clases populares.
A través de la historia los regímenes se han cuidado de que el pueblo no se salga de control ni se les revele. En la antigua Roma se distraían a las multitudes con pan y circo.
En términos prácticos, el populismo en una vía expedita para alcanzar y someter al poder a las sociedades. En un comodín para implantar y sustentar la autoridad. Uno de los tradicionales delirios de los perezosos ha sido el de sentirse protegidos y que se les resuelva su existencia. Los déspotas charlatanes se aprovechan de las muchedumbres hambrientas de dirección. El anhelo de la uniformidad mutila al individuo y lo confina a convertirse en una pieza idéntica del tumulto. Un fragmento más del montón. Bajo el populismo la educación se sustituye por el adoctrinamiento y la obediencia a un pensamiento único.
El resultado del populismo es una multitud homogénea manoseada a la medida del capricho del gobernante. El sueño del populista es cambiar ciudadanos por maniquíes y reinventar a “un hombre nuevo”. La utopía de los facinerosos consiste en liquidar el alma del individuo y sustituirla por la del colectivo. Tal y como lo planteó George Orwell en su novela “1984”, el propósito de la clase dominante es convertir en autómatas obedientes a todos los integrantes del pueblo, para que estén bajo cautiverio y en absoluta obediencia al “Gran hermano y a su Ministerio de La verdad”.
El afán por imponer un ser igualitario cabalga sobre las crisis existenciales. En la práctica se dinamita las bases del orden y de las diferencias naturales. Sin embargo, los caminos rebuscados son de corta vida y los ríos reclaman sus cauces. Somos en esencia tan parecidos; no obstante, nos distinguimos por matices que nos hacen únicos e irrepetibles. Los pensamientos, las emociones y los sentimientos crean universos particulares dentro de cada ser. Detrás de la codicia por apagar los rasgos del individuo se esconde la majadería de dominar al pueblo como rebaños.
El populismo es una enfermedad contagiosa y a veces hasta hereditaria. Como un virus se manifiesta y muta hacia múltiples formas, para subsistir en su misión de destrucción. Un ejemplo elocuente de este fenómeno es el peronismo en Argentina. Juan Domingo Perón quien gobernó e impuso este modelo en este importante país, murió en 1974 y hasta nuestros días pululan peronistas para todos los insaciables gustos de soluciones mágicas y para prometer satisfacción al pueblo. Usted agregue el tono rimbombante que le dan a sus chácharas los empalagosos parlanchines…
Detrás de las desigualdades están quienes cabalgan y viven de ellas. Hay unos cuantos charlatanes fariseos que denuncian, y exacerban las diferencias sociales, para alcanzar notoriedad. De las injusticias alimentan su estatus, su ego y sus bolsillos. Esos que se desgarran las vestiduras en público y en privado solo están interesados en los frutos de sus luchas. De esos hay que cuidarse. Los depredadores más peligrosos y efectivos son los que usan camuflajes y los que actúan de manera sigilosa. ¡Ah!, pero ojo con los populistas. Los de esa estirpe están en una categoría más letal que los depredadores; ellos son devastadores, pues actúan en una escala masiva y movidos por su ambición insaciable. Así que los objetivos del populismo se centran en mantener al pueblo sumiso, distraído, fanático y peleando por las cosas más irrelevantes.
El populismo tiene efectos demoledores sobre las personas; pues las convierte en desagradecidos, dependientes e inútiles. Se fundamenta en destruir la esencia creadora y los valores morales que caracteriza al ser humano. Parafraseando a uno de estos famosos palabreros: la intención de ellos es convertir en polvo cósmico a las clases dominantes. Claro eso mientras aún no han llegado a la cima. En realidad, su misión es sencilla y consiste en adueñarse y anclarse en el poder.
El imperio del populismo es el reino de la mediocridad y la mentira vestida con el ropaje de un perverso igualitarismo. El populista maneja un lenguaje ulterior con el cual induce a la gente a inferir que: eso de andar pensando es muy duro.
El populista invita a menospreciar la sentencia de René Descartes “Pienso luego existo”. La pretensión de ellos es que el gobierno piense y que el rebaño exista.
Así les resultaría más fácil la tarea. Pregonan como algo conveniente, delegar en el estado las tareas intelectuales y la distribución de las riquezas. El populista no piensa en el cómo generar, construir o cosechar; lo de ellos es repartir equitativamente: uno para el pueblo y dos para mi…
Desde su concepción, representan a una élite sacrificada, aunque para esto sea necesario que ellos sean “más igual que los demás”. Como son unos “abnegados servidores” hay que cuidarlos con especial atención. Para esos elegidos las leyes no aplican; ellos son la ley y con ellos el bienestar está garantizado.
Para conservar el dominio de las masas, es imperativo mantenerlas abstraídas en su pobreza material y espiritual. Promueven las crisis y aparecen en la agonía como los triunfantes salvadores. Son mañosos torciendo la verdad, en especial en eso de convertir a las víctimas en victimarios. Son expertos en la psicología de las relaciones perversas del amo y del esclavo. Literalmente, son unos experimentados en los efectos del famoso síndrome de Estocolmo. Provocan la miseria con cínica alevosía para luego fanfarronear mientras reparten las dádivas. Así de repúgnate resulta el populismo, si se le analiza con la debida cordura.
La realidad es tenaz y la verdad no se deja ocultar bajo falsos ropajes, poco le importa las ideologías y las ligerezas humanas. Nada en la vida es gratis. Los esfuerzos generan crecimiento, frutos y profundas alegrías. La voluntad y el carácter se forjan en el fuego, como ocurre con los metales más nobles. Los procesos naturales tienen su dinámica, sus leyes y sus rutas; a veces misteriosas. Tenemos infinitas posibilidades de explorar y explotar nuestros recursos internos. Esas tareas intensas y aderezadas con la determinación dejan sus gozos.
Privilegiar la mirada en lo externo antes que en lo interno no es una buena idea. Renunciar al conocimiento interior y pretender moldear al prójimo a nuestro antojo es caminar hacia la ruina.
En absoluto contraste con lo expresado. Debemos destacar que Dios es generoso, todo cuanto observamos nos revela un despliegue de infinitas riquezas. Él Creador no escatimó esfuerzos ni recursos en su obra. Los seres humanos estamos privilegiados, dotados y destinados para labrarnos una vida plena de consciencia. Nuestras crisis existenciales tienen su origen en el desprecio al regalo de la vida, a lo que somos y a lo que podemos llegar a ser.
Se puede someter la conciencia de las muchedumbres, pero no se puede cambiar la verdad. El populismo no germina en una sociedad de ciudadanos con fortalezas: intelectuales, emocionales y espirituales. De allí que, la cura a esta calamidad está en Incentivar la educación, el entusiasmo y el aprecio a los valores del alma.
Respetado lector, nunca le otorgue a nadie el poder de: pensar, percibir ni decidir por usted; aun si sus intenciones son generosas.
Tome el timón de su vida y deje a los populistas hablando solos desde sus raquíticas tarimas.
Cosme G. Rojas Díaz
@cosmerojas3
4 de marzo de 2023
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