Miradas que crean

¡Cuando abrió los ojos, creó al mundo! Era un día soleado, con una claridad espectacular, de un azul suave, sin nubes en el horizonte; con marcados contrastes que llenan el alma del más desanimado. Estaba yo, absorto mirando al infinito cielo. De repente escuché una sublime voz, la cual  le dio nueva dirección a mi atención:

-¡Guao!

Fue la exclamación de un pequeño que se había despertado, bajo la sombra de una palmera en la orilla de aquella playa tropical. Con la parte posterior de ambas manos, y los puños cerrados, se estrujó sus inmensos ojos y se quedó sentado en absoluto silencio. Posé mi atención sobre esa encantadora mirada, la cual rebosaba brillo; sentí la inmensa energía que de ella emanaba. Nunca había apreciado unos ojos, tan llenos de vida, como esos.

El chico parecía estar reordenando la transparente lejanía a su antojo. Las pupilas dilatadas de aquellos ojos claros me atraparon. Quedé poseído en su fascinante misticismo.

Mi mente y mi espíritu fueron sacudidos; de admirar aquel fastuoso horizonte, mis sentidos se concentraron en aquellos acuciosos faros. Dicen que los ojos son el espejo del alma; quizás por eso aquellos ojos ajenos, me arrastraron hacia el vertiginoso viaje de su mirada.

Minutos antes yo era el protagonista espectador, del cautivador y despejado cielo. Estuve extasiado con el mundo exterior, y ahora me rendía al deleite de aquel niño. La rendija que abrieron aquellos ojos, me revelaron la excelsa belleza de lo sencillo. Una atmósfera de imaginación y aventura era todo cuanto me abrigaba.

Sobraban las palabras, la armonía de un profundo y silente lenguaje me conectaron con el cosmos. Al frente de la natural humildad del pequeño estaba descubriendo mi propio ser y lo hermoso que la vida me ofrecía. Cambié la percepción intelectual por el recogimiento espiritual. Me moví de mi admiración al mundo exterior, a observar el genio de aquel pequeño. Mis sensaciones  me transportaron a la exploración de un mundo sin límites.

El chiquillo encandilado se llevó su mano derecha a la frente para improvisar una visera. Su cabeza paralela al piso proyectaba su contemplación en lontananza. Quizá su curiosidad le delataba que el mar y el cielo parecían encontrarse en el horizonte ¿Y más allá?, ¿qué habría?  Quizás imaginaba un abismo de infinitas posibilidades. Paseó su cabeza a los lados, como quien se ubica en su entorno. Vio hacia arriba y la intensa luminosidad del sol le obligó a bajar la cabeza. Otra vez volteó a los laterales, había unos niños haciendo castillos de arena en la orilla y algunos bañistas nadando. El mar mojaba la orilla y en su retirada dejaba sinuosas líneas, entre lo seco y lo húmedo. Había pelícanos danzando en el cielo y algunos se lanzaban en picada  al mar. La arena parecía un espejo reflector de luz y calor con un tono castaño. A través del  agua transparente se veían pequeños peces que no parecían espantarse con los bañistas. Giró su cabeza hacia atrás y observó las inmensas montañas cubiertas de densa vegetación, parecían cortinas que separaban con otro misterioso mundo. Fijó de nuevo su mirada a al frente, a  lo lejos y allí centró su atención.

Aquellos ojos perspicaces, llenos de radiantes arrojo, confinaron el tiempo a un sin fin de armoniosos e imaginarios acontecimientos. Estas experiencias inspiran la idea de que la creación brota y fluye: es inexorable. Tratando de escrutar aquella inquieta percepción, advertí  que el niño mostraba evidente gozo a través de su espléndida sonrisa.

Valoré que desde la serenidad mana el inagotable soplo de vida. Nada está quieto, todo está en constante cambio. Sentí que no somos meros espectadores y que el ser Supremo nos ha hecho partícipes de su obra. En la mente y en el corazón de aquel pequeño, las sensaciones captadas cobraron sentido y rumbo, sin proponérselo me mostró que el  sueño nos acerca al entendimiento y a la creación.

El niño aún sentado ahora cerraba sus ojos, percibí que lo hacía para continuar su derroche de fantasía en su mundo interior: comenzando una segunda etapa, en la aventura de su idilio.

“El proceso de creación es un proceso de entrega y no de control”. Julia Margaret Camero.

Tomado de mi libro «Relatos cortos del camino»

Cosme G. Rojas D.

19 de julio de 2020

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