El arte detrás de la palabra escrita

Los escritores no la tenemos fácil. La fuerza de una palabra hablada va adherida a un ambiente y aderezada por múltiples factores sensoriales. La letra que fluye de la tinta ha de ser precisa para envolver la esencia del mensaje. Un grito pudiera tener efectos explosivos o resultar insignificante; podría poseer un gran volumen pero poca sustancia o ser apagado en medio del ruido.

Se cree que el 55% de la comunicación es lenguaje corporal, el 38% es tono de voz, y el 7% son las palabras que en efecto se dicen. Esto es así en la comunicación oral. Al escribir, cabe la pregunta ¿Cómo cubrir esas brechas con los garabatos de la pluma o del teclado? Con razón se afirma que escribir es un arte. Así como el pintor puede sacudir emociones y provocar lágrimas, o una pieza musical hace sentir que se está vivo; al escritor le corresponde valerse de oportunos recursos para conseguir su faena.

El escritor vive con particular intensidad cada experiencia y en sus sentencias debe lograr transmitir sus apreciaciones. Su misión es lograr que el lector quede cautivado por ganar un mensaje de valor. Al comenzar la aventura de leer un texto, en el receptor, se crean grandes expectativas por resultar renovado.

Los invito a prestar atención a un breve relato que a continuación improviso:

“Quise gritar, pero los músculos de mi cuerpo parecían desconectados de mi cerebro. Mis sentidos me mantenían alineados con el mundo exterior, pero estaba inmóvil e incapaz de reaccionar. Creí estar inmerso en una terrible pesadilla”…

En tres oraciones el lector ha de sentir la angustia del relator. Eso lo mantendrá atento en la narración para encontrar alivio, a un dolor que ahora le es propio. El cronista describe la desesperación de alguien, por no poder gritar ante una terrible amenaza. Es que resulta espinoso apagar un bramido de manera consciente para evitar ser descubierto; pero querer gritar y no poder hacerlo, perder el control de tu cuerpo y saber que tu inacción te impide salvar tu vida es espeluznante. Saber que un alarido de auxilio representa tu única opción de sobrevivir, pero tu garganta no responde y tu cuerpo no obedece causa terror. Luego brota la duda ¿Sería una pesadilla o sería real?… Si en pocas líneas el escritor logra esa fuerza en su mensaje, es difícil que el lector lo deje solo.  

De obtener este grado de atención, el 55% de la comunicación corporal se creará en la imaginación del lector, el 38% radicará en la fuerza de la voz reprimida en la víctima y el 7% en la calidad de la prosa. La palabra escrita puede provocar que el receptor complemente, los ausentes entornos, con su fantasía. Si resulta así, el trabajo está bien encaminado. Desde luego cuenta mucho el conocer o definir a la audiencia, pero eso es otro tema y material para una reflexión más específica.

Quien escribe lo hace desde sus percepciones y en absoluta soledad, bajo el acoso interno por ser fiel intérprete de sus vivencias. Quien lee se reta a si mismo; por eso, y por mucho más, la lectura es un ejercicio intenso, interactivo y transformador.

Cosme G Rojas Díaz

@cosmerojas3

5 de agosto de 2020

@cosmerojas3

5 de agosto de 2020

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