Retumba en mi mente una sentencia odiosa, que escuché en mi era de estudiante. En aquel entonces conversaba con un profesor de mi carrera. En el contexto de ese diálogo, cité un evento ocurrido en nuestro país; con la intención de construir un paralelismo entre ambas situaciones. Fue entonces cuando él torpedeó mi discernimiento con la siguiente frase: “la historia no sirve para nada”.
Aquella afirmación me cayó como un balde de agua helada. Me limité a decirle que no estaba de acuerdo con su opinión, pero no entré en argumentación. Fue muy incómodo, porque iba en su vehículo, no pronunciamos más palabras hasta despedirme al llegar a mi destino. Así de manera brusca terminó esa charla.
En su acepción básica, la historia es una disciplina que narra eventos relevantes del pasado, lo hace de modo cronológico y evocando la trama de los acontecimientos. De manera que, la historia es equivalente a la memoria. Regresando al dictamen de mi antiguo profesor, me atrevo a decir que la importancia de la historia está atada a la de la memoria; su fidelidad se centra en su ecuanimidad. He allí el dilema, la historia es una narrativa y como tal está sujeta a las apreciaciones e intereses de quien la cuenta.
A partir del siglo XVII la historia comienza a ser considerada como una ciencia social. Desde entonces, responde a una metodología de investigación rigurosa y contrastada. Los escépticos opinan que la historia la escriben los vencedores. Sin embargo, no se puede despreciar el poder y la armonía de la memoria verdadera. Incluso en estos tiempos en los cuales se trata de tergiversar la verdad para amoldarla a burbujas transitorias. Las modas y los caprichos no resisten por mucho tiempo los embates de las normas de la naturaleza.
La historia es entonces la bitácora del fluir de los acontecimientos y de las circunstancias del momento. Es tan real o frágil como la memoria, pero deja sus huellas para los tenaces investigadores.
Mucho énfasis se coloca a la importancia de vivir el aquí y el ahora, pero eso no sería posible sin una memoria. Una persona sin memoria carece de referencias para el racionamiento y el sentimiento. Esto me lleva a meditar que el viajar al pasado no solo es posible, sino que es además una práctica recurrente y fundamental en la vida. En cada decisión y en cada acción hay trazos de las remembranzas de lo que somos. Decía José Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”, me atrevo a parafrasearlo agregando: Yo soy yo, mis circunstancias y mi memoria. Sin mis recuerdos sería un yo incipiente, intuitivo y bajo esa óptica daría sentido a mis circunstancias.
Me imaginaré dos escenarios, para tratar de ahondar en el tema:
En el primero, me formulan una pregunta de apariencia sencilla:
—¿Qué piensa de las mujeres?
Medito y permanezco en silencio, mientras ordeno mis ideas. Enseguida se estimulan mis neuronas y mis hormonas. Mi mente me lleva hasta mi madre y recuerdo que dentro de su seno se formó mi vida. Ella fue mi primera morada. Su ternura, su ejemplo y sus habilidades de persuasión me acompañaron durante mi crecimiento. Ese pensamiento y esas sensaciones ocurren en mi interior a velocidades de vértigo, desde mi aquí y mi ahora hasta donde llegan mis recuerdos. Es un viaje al pasado. Con base en mis vivencias y en cuestiones de segundos, estoy listo para manifestar el inmenso respeto que profeso hacia esos seres maravillosos.
En el segundo escenario me hacen la misma pregunta, pero en esta situación he tenido la pérdida de mi memoria. Bajo esa circunstancia solo tengo mi aquí y mi ahora. Miro a mi interior empujado por el estímulo de la interrogante, pero no obtengo nada. Las páginas del libro de mi vida se muestran indescifrables. No consigo datos, ni sensaciones que me inspiren. Toda respuesta se construye desde la experiencia y desde la intuición, así que para este caso solo cuento con mi percepción de lo que observo y siento. Mi respuesta será ingenua. En mi búsqueda tengo un vacío por no saber quién soy. Ubicándome bajo esa circunstancia, veo a una dama como un ser semejante y con interesantes diferencias que despiertan mi curiosidad. Me surge la idea de que se trata de un ser próximo y siento inclinación a conectarme con esa persona de una manera especial. Es decir, mi respuesta surge desde mis percepciones y de manera espontánea.
Entonces, ¿sirve de algo la historia? Quizá resulte más acertado cambiar la pregunta, por la siguiente: ¿Aprendemos algo de nuestra historia?
En esta ocasión tampoco daré argumentos y las respuestas se las dejo a usted, respetado lector.
Cosme G. Rojas Díaz
1 de mayo de 2023
@cosmerojas3
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