¿Aprenderemos algo de la pandemia?

Algunas cosas pueden cambiar de manera violenta. Podemos despertar en una nueva realidad y descubrir que todo es diferente. Alteraciones de este tipo provocan respuestas igual de bruscas, cómo resultado del instinto de conservación. Ante un baño de agua fría cualquiera pega un brinco.

Hay otro tipo de transformaciones que no son percibidas en lo inmediato. Ante estos escenarios puede suceder que no se genere una reacción oportuna; y cuando se quiera actuar ya no se tenga la capacidad para hacerlo. En los cambios lentos puede ocurrir algo similar a lo conocido como «el síndrome del sapo hervido». En estos escenarios el sujeto, expuesto al cambio, suele terminar consumido por la amenaza; por no actuar con defensa asertiva. Este tipo de mutación, es de una naturaleza distinta al de la calamidad acotada en la pregunta del encabezado y por ende es materia para otro artículo.

Dirijamos el foco hacia los cambios violentos, como el que ha provocado el COVID-19. Este evento lleva el sello el confinamiento, como un atentado a las libertades individuales. Desde que la OMS declaró a este virus con categoría de pandemia el mundo cambió y las consecuencias se vislumbraron casi de inmediato. A nadie le resulta grato que les restrinjan las opciones y les impongan normas estrictas de vida. Existe amplia documentación de las secuelas de esta clase de calamidades; la más reciente fue la conocida como “la gripe española”, ocurrida en el año 1918. El planeta estaba saliendo de la que se conoció como “la gran guerra”; luego renombrada como la primera guerra mundial. Se calculó que a un tercio de la población mundial se infectó con este virus y se estima que el mismo mató a más de 40 millones de personas, en todo el globo terráqueo. Estos datos son aterradores, dejaron profundas huellas, dolorosas lecciones y en consecuencia exige acciones firmes de los gobiernos ante situaciones similares. Las odiosas medidas, al principio, imponen un cambio de conducta y obligan a la reflexión y a replantear los hábitos.

¿Qué es lo que ha se ha trasformado?  

Las personas tienen una percepción distinta de su entorno y de la forma como se relacionan con sus semejantes. Algunos no percibieron la fuerza de los hechos durante los primeros días, se lo tomaron a la ligera y como algo pasajero. Eso de enterarse, un viernes en la tarde, que la semana siguiente debes mantenerte en casa; puede resultar sorprendente pero no aterrador. La situación se volvió incómoda con la extensión de los lapsos, con las crecientes prohibiciones y por el hecho de que surgieron más dudas que respuestas. Es entonces cuando la gente toma conciencia, valora lo que tenía y se comienza a sentir arrinconada y amenazada.

Aparece el pánico y cuando ocurre, la razón sucumbe ante la incertidumbre y la especulación toma el control. La falta de información se sustituye con improvisadas sentencias fruto de las más espeluznantes suposiciones. La consternación presiona al individuo y eclipsa la razón ante la amenaza. El desconsuelo colectivo se propaga más rápido que el virus y adquiere un ímpetu con proyecciones demoledoras de cualquier voluntad. El terror se apodera de las mentes y sus víctimas actúan de manera caótica.

En estos contextos, es importante mantener el balance entre la sensibilidad y la sensatez. La frialdad de la mente exploradora, despierta y lógica ha de tomar el control ante lo desconocido. Al miedo hay que someterlo al escrutinio de la inteligencia. En ciertas ocasiones la única opción es ser valiente. Hay tiempos para percibir, para sentir, para explorar y explotar la sensibilidad y hay otros momentos para actuar de manera expedita y con cordura. Somos seres dotados de múltiples recursos y nos corresponde aprender a discernir cuando y como usar nuestras herramientas.

La oración de la serenidad de Reinhold Nierburh, nos da una brillante ilustración de cuál debe ser nuestra actitud para afrontar lo desconocido:  

“Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que puedo; y sabiduría para conocer la diferencia.”

Lo inteligente es esforzarse en entender la realidad para asumir el control. Lo conveniente es estar dispuestos a tomar decisiones. ¿Por qué nos conviene cambiar? Porque la vida es una aventura y si no cambiamos perecemos antes de tiempo. En términos anglosajones nos llegaría el siguiente mensaje prematuro: The game is over. Así de simple. Así de drástico. Para un neonato su cordón umbilical ya no es su opción de vida; o respira o muere. La buena noticia es que, los seres humanos estamos dotados para adaptarnos a ciertas circunstancias; cada cual según sus capacidades.

Las sociedades, al igual que la vida, tienen sus ciclos. Hay tiempos de calma y otros de agitación. Los momentos de dificultades demandan de las grandes voluntades y de ellos se generan personas extraordinarias. Los lapsos de conflictos exigen las máximas capacidades de las personas, se requiere de la excelencia como también de liderazgo. Las calamidades traen insospechados retos, los cuales demandan de urgentes soluciones. La calma y la urgencia marcan los ciclos y cada estación ha de abordarse de la manera correspondiente. El sensato nunca se fía de la serenidad, no se duerme sobre los laureles, es visionario, proactivo, sabe que el camino no tiene límites. El sabio es consciente de que todo pasa, los malos y los buenos momentos; por eso administra sus pensamientos y sus energías con el mismo rigor.

La realidad no es estática, el conocimiento se adquiere a través de la observación, el ensayo y el error. Eso que llamamos experiencia no es otra cosa más que el producto del ejercicio del aprendizaje perenne.  Aunque se dice que “cada cabeza es un mundo” quizá sea más preciso decir que desde cada cabeza se crea su mundo. Si el entorno se modifica el observador ha de ajustar sus respuestas. Una vez que me hago consciente de mis sensaciones me doy cuenta que formo parte del ecosistema. Cualquier variación del medio tiene impacto en mi ser y coopera o conspira conmigo o en contra de mí. Si lo que sucede afuera de mi ego me perturba, entonces debo buscar la causa en mi interior. Todo cambio profundo comienza desde los individuos, luego se irradia entre las familias, las escuelas y las comunidades; así se transforman las sociedades.

¿Pero qué significa una nueva sociedad?

Los cambios en las sociedades, generan una cadena de arreglos en los códigos por los cuales nos regimos. Se adoptan nuevos patrones de conducta, de relacionarnos y de vernos a nosotros mismos. Esto implica la revisión de los conceptos de urbanismo, comercio, educación, salud, artes, deportes, transporte, trabajo, turismo y entremetimiento. Antes de la pandemia, la sociedad, ya tenía su ruta trazada; ahora esta se ha acelerado y en algunos tópicos será replanteada.

El rumbo está en proceso de redefinirse, esperemos a ver si los cambios serán sólo de forma o habrá algo sustancial. ¿Quedaremos, una vez más, ante un cambalache “gatopardiano”? De esos que rezan: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Dicho en forma jocosa “¿estaremos ante un cambio radical de 360 grados?” No es la primera vez en la historia que el ser humano se encuentra ante encrucijadas. Acontecimientos relevantes, del pasado, han generado nuevas rutas sin dejar lecciones aprendidas. Al final, han prevalecido las habituales avaricias y la elección de los caminos cortos. En los tiempos de Alejandro Magno, unos 300 años A.C., los estilos y recursos de vida eran muy primitivos; sin embargo la confrontación entre la barbarie y el civismo no era muy distinta a la de era actual. Una muestra de que luego de 2.300 años la naturaleza humana parece no haber evolucionado: seguimos andando al borde del abismo.

Estamos ante una nueva oportunidad de reconocer los valores fundamentales que nos deben distinguir. La historia nos ha enseñado que el ser humano cambia por su instinto de subsistir. Hasta ahora, sólo hemos hecho los ajustes triviales de timón para evitar naufragar. ¿Aprovecharemos esta oportunidad?…

 “Tus ojos miren lo recto, Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante”. – Proverbios 4:25

Cosme G. Rojas Díaz

15 de octubre de 2020

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