Pensar y sentir nos caracterizan como seres humanos. Tenemos la capacidad de poseer consciencia. Podemos darnos cuenta de lo que ocurre en el medio, sabemos que nuestras acciones u omisiones tienen consecuencias. Estamos dotados para experimentar sensaciones, las cuales influyen en nuestras respuestas.
Aun así podemos optar por renunciar a la capacidad de pensar y de actuar. ¿Por qué haríamos algo así? ¿Por qué querríamos claudicar a tan valioso recurso? Porque el resultado del ejercicio del intelecto podría ser incómodo, doloroso o quizá riesgoso. Porque podría implicar asumir un compromiso de alto costo. Porque se podría convertir en un desafío para salir de la zona de confort. Uno de los grandes riesgos del pensamiento es revelar las potencialidades de nuestra existencia. Descubrir nuestros talentos se convierte en una invitación a trabajar, con disciplina, para dar fluidez a esa habilidad. Algunos no estarán dispuestos a pagar ese precio. Sólo los perezosos y los cobardes le huyen al recto pensamiento.
El pensamiento autentico exige valentía, prudencia y ser oportuno; para evaluar las situaciones y afrontar las obligaciones derivadas. Se requiere coraje para desprenderse de prejuicios, tabúes y dogmas; que eclipsan las posibilidades a la verdad y al crecimiento. Se requiere sensatez para evaluar los elementos sensibles y tocar sólo donde y cuando se debe. Se necesita cabeza fría para actuar en el momento preciso.
De cada reflexión fecunda se deriva una acción, la cual demanda de carácter. El negligente, elude la introversión y opta por mantenerse indiferente. La existencia se va construyendo sobre las memorias, los razonamientos, las tareas realizadas y los hitos en el entorno. Durante el andar por la vida nos topamos con personajes que dejan su huella en nosotros y se convierten en referencias del cómo proceder. Al momento de tomar una decisión acudimos a la experiencia, buscamos algún recuerdo útil; otra opción es actuar como lo hubiese dicho o hecho un referente. ¿Quiénes o qué son esos referentes?, pueden ser personas a quienes le otorgamos ese poder padres, abuelos, hermanos, tíos, amigos, maestros, parejas y hasta los enemigos; también pueden ser tradiciones, modas, valores culturales, tabúes, dogmas o miedos. Sin embargo, la reflexión honesta debe mantener la mente y espíritu abierto para encontrar la mejor alternativa.
Nos corresponde asumir la responsabilidad de pensar y afrontar este acto con absoluta intimidad. Somos seres inteligentes y es nuestro deber buscar con bríos las salidas óptimas; no hacerlo es un verdadero desperdicio y se constituye en una degradación a nuestra condición humana.
Durante la toma de decisiones, en el pensador debe tener un peso particular las circunstancias. La ética no se puede atrapar en una fórmula universal, sino que debe responder al contexto y a los dictámenes del corazón.
Cosme G. Rojas Díaz
3 de octubre de 2020
@cosmerojas3
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