“La soberbia humilla al hombre; al humilde de espíritu lo sostiene la honra”. – Proverbios 29:23
La soberbia nos somete a sentimientos toscos y nos arrastra hacia una espiral hostil. En un corazón y en una mente endurecida, la virtud es aplastada sin piedad. De manera que, cuando somos víctimas del reconcomio, nuestro cuerpo y nuestro espíritu son sometidos a amargas sensaciones. Los ácidos gástricos, generados por las vísceras, constriñen al sistema digestivo y eclipsan la bondad y la sensatez. La injusta terquedad actúa como una nube que ciega la razón y desconecta los sentidos. El arrogante no admite argumentos ni da espacio a la duda razonable. El soberbio contumaz, se convierte en un ser tóxico, para él mismo y para quién se le aproxime. Lo indicado es apartarse de esas malas vibraciones.
El soberbio opera como un resentido enemigo de la humanidad. El ego, del engreído, se eleva al máximo estado de delirio, desde el cual reduce al universo a su finito discernimiento.
Ciertamente estamos llamados para la grandeza, y este camino comienza con el control sobre nosotros mismos. Somos seres sociales y nuestros rumbos se deben orientar hacia fines loables. La tolerancia, el reconocimiento y el respeto al semejante, son factores básicos para el buen vivir. Ser empáticos no es una opción: es una necesidad de convivencia y hasta de subsistencia. La insolencia estorba y torpedea este principio fundamental. El petulante resulta lerdo y desintegrador, por eso su destino es quedar solo y arrinconado.
El sabio es humilde, porque sabe que esa postura le da la oportunidad de valorar y aprovechar su propio ser y su entorno: es su posibilidad de crecer, de dar sentido y fluidez a su existencia. Desde la sencillez la mente y el corazón se sintonizan con la nobleza. Las percepciones como el observar, escuchar, sentir, interpretar; exigen una actitud serena. Nuestros talentos y nuestra humanidad se aturden por el conflicto y por el ruido perturbador. No es que las desavenencias sean malas, pero si lo es la obstinada jactancia con que las enfrentemos. La diversidad es un hecho harto elocuente y la verdad sigue el mismo patrón ¿Qué sentido tiene entonces dejarse impresionar por un insulso vanidoso?
Una de los efectos más desagradables, de la actitud del soberbio, es el pretender secuestrar la verdad. Nada tan peligroso como un ignorante con iniciativa. Y si el ignorante es además un pedante, el cóctel es de proporciones épicas. El orgulloso no se inmuta ante el disparate, se ubica en un pedestal desde el cual juzga y da cátedra de firmeza. Ante cualquier error, siempre serán otros los culpables y por ende serán quienes deben corregir y a quienes se debe lanzar a los leones: él es perfecto e inclemente ¿Cómo no aborrecer estas conductas?
En las sociedades abundan los soberbios, y en todos sus estratos. No son solo “los políticos”; cómo se dice de manera ligera; también están los irresponsables opinadores de oficio, o más bien se debería decir “los sin oficio”; los valientes desde las gradas; los duros detrás del teclado; los pseudo-expertos, que todo lo saben; los auto denominados “influencers” de las redes sociales, quienes en muchos casos desvirtúan la realidad; los que todo lo generalizan; los pesimistas contumaces y en fin todos estamos tentados a contagiarnos con estos bajos comportamientos.
Se puede y se debe salir de la perversa trampa del auto endiosamiento. Es necesario estar alertas; dispuestos a discernir con tranquilidad, pues del apuro solo queda el cansancio; y ejercitar la humildad como un hábito, para ahuyentar el fantasma de la prepotencia.
“El primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. – Baltasar Gracian y Morales
Cosme G. Rojas Díaz
7 de diciembre de 2019
Twitter e Instagram @cosmerojas3
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