El poder del silencio

Vivimos rodeados de sonidos, de ruidos y de múltiples sensaciones. Mi madre solía repetirme escucha, escucha. Es que eso de escuchar requiere una gran concentración, para sintonizar con los mensajes sustanciosos. Es aprender a discernir entre el ruido y el contenido, para desechar lo inútil y amplificar lo sublime.

De mis experiencias juveniles recuerdo con especial precisión una visita a una cueva. Ingresé al oscuro y húmedo sitio, como cualquier adolescente: ávido de explorar nuevas emociones. Llevaba una linterna, para alumbrar el sombrío lugar. Con mucho cuidado avancé hasta llegar a una bóveda terminal, con un solo camino de acceso. Estando allí decidí apagar la luz y permanecer en ese aislado recinto por unos minutos. El silencio era tal que podía escuchar los latidos de mi corazón y el ritmo de mi respiración. Experimenté mis sensaciones como nunca las había sentido. Aquel negro y silente lugar me aisló del mundo exterior y me obligó a conectarme con mis sentidos y mis pensamientos. Percibí absoluta oscuridad, aprecié con finos detalles los olores que emanaban del ambiente; mientras una casi imperceptible y agradable brisa fluía alrededor de mi cuerpo.

Recordé los consejos de mi madre y pude percibir las resonancias y las vibraciones de mi cuerpo. Saboreé el poder del silencio y quise disfrutar por varios minutos de esa extraña y suave alteración. Luego de varios minutos de monotonía auditiva y visual, advertí un brotar desde mis entrañas, cómo si me desprendiera de anticuadas muletas. Comprendí el valor de cada sonido, y de todos mis sentidos, y aprecié que el silencio también es una nota, y muy poderosa, la cual marca la distancia entre las distintas vibraciones. Reflexioné que así deben fluir mis pensamientos: gobernados por esa armonía; así deben converger mi mente y mi espíritu. La vida es movimiento; y es fraterna interacción entre lo impetuoso y lo sublime.

Los intervalos de silencio son parte fundamentales de la melodía de la existencia. Para apreciar los sonidos, para escuchar tu cuerpo y apreciar tus sentimientos: es preciso saber reconocer los ruidos cotidianos. El silencio es una necesidad terapéutica, para alimentar el alma y de esta manera poder dar fluidez a la buena vibra.

Los sentidos nos conectan con el mundo exterior, pero si no aprendemos a gobernarlos; a encenderlos, apagarlos y a sintonizarlos oportunamente, estaremos desperdiciando gran parte de su poder.

“Nunca rompas el silencio sino es para mejorarlo” – Ludwig Van Beethoven

Cosme G. Rojas Díaz

11 de noviembre de 2019

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