El ciclo virtuoso de la creación

Creación

¿Quién dijo que ser rico es malo? Nada más lejos la verdad, ni más cercano a la hipocresía.

Toda la creación divina es un despliegue de riquezas y de infinitas posibilidades. Lo más relevante es que Dios nos hizo a su imagen y semejanza; por ende somos sus herederos y creadores por mandato. Aunque imperfectos estamos llamados a generar riquezas y a mejorar de manera incesante. Que mejor manera de honrar y agradar al Supremo Creador que actuando bien, ejercitando las capacidades con las cuales nos ha dotado.

El Amor es lo más importante y la creación es la manifestación tangible del amor. El amor se manifiesta a través del orden. El ciclo virtuoso de la creación lo podemos visualizar compuesto por cuatro estados, unidos por un hilo conductor:

  • Creación,
  • Riqueza,
  • Beneficios,
  • Y Reconocimiento.

El paso de un estado a otro es posible debido a la fuerza motora del Amor: ese es el hilo conductor.

En el estado de la creación se manifiesta el genio del arquitecto y constructor de la realidad. Bajo la visión y el poder del creador las ideas y los conceptos fluyen, las piezas encajan unas con otras en perfecta fraternidad. Es apasionante contemplar, cómo se conforma el orden, la perfección, la belleza y la armonía en torno a lo creado. Los patrones, a veces inapreciables por la escala observada, van conformando una estructura y al final los finos acabados dan a la fachada la sensación de la guinda del pastel.

La creación genera riqueza o abundancia de infinitas formas, e inmensas posibilidades. El universo está muy lejos de ser, simple, o de ser blanco y negro. Hay cientos de miles de millones de galaxias, con cientos de miles de millones de estrellas, por cada estrella existen equivalentes a nuestro sistema solar, con planetas, satélites y asteroides; en un espacio que nos resulta inimaginable e inalcanzable. El creador valora y aprecia el fruto de su esmero, pero no se postra ante la riqueza; porque sabe que la grandeza no reside en el fruto sino en el proveedor.

La riqueza produce beneficios o bienestar, no sólo de naturaleza material, sino también intelectual, emocional y espiritual. Cada flor, cada fruto, cada planta, cada animal, cada ser vivo, cada roca, cada materia inerte, tiene y cumple con un propósito. Nada está suelto al azar. El sosiego es uno de los principales atributos de este estado, representa la tan buscada felicidad. Un fruto no sólo sacia nuestra hambre, sino que además nos satisface con sus colores, aromas y su exquisito sabor. Una flor no sólo existe para premiarnos con su perfume, sus formas y matices, sino para atraer a las abejas las cuales esparcen su polen, donde germina y fecunda los óvulos de la flor; haciendo posible la producción de semillas y frutos.

Este ciclo de vida continúa su ruta y se mueve al estado del reconocimiento o de la gratitud, sin el cual se rompería la sinergia inexorable de la existencia. Cada mañana al surgir el alba, lo primero que conviene es dar gracias al Divino creador, por el milagroso don de la vida; así podemos permanecer en el rumbo de este prodigioso ciclo. Lo mismo aplica hacer al ocaso del día. Al ir a la cama manifestemos, al Supremo, nuestro agradecimiento por la creación y por lo logrado en ese día; al levantarnos mostremos gratitud por la oportunidad de continuar activos, un día más. El reconocimiento o gratitud, nos hace conscientes de nuestra misión y realimenta el ciclo hacia su estado original.

El libro de Génesis 1-31 lo dice claramente “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.

El amor más que el hilo conductor, en este proceso, es el cordón umbilical que le da vida. Si el amor se rompe la creación muere. Todo cuanto Dios ha creado es bueno y todo cuanto el hombre se propone a crear debe ser bueno. Porque la creación es incompatible y antagónica con la destrucción y el caos. Cada estado es placentero, enriquecedor y se avanza a través de esta ruta sin apuros, sin angustias, con la mejor disposición de consciencia absoluta.

Si se cae en los excesos se rompe la regla de oro. El odio, en todas sus manifestaciones, es el pecado detonador del sistema. La opulencia, la gula, la avaricia, los vicios, la envidia y todo elemento perturbador destruyen o rompen el ciclo virtuoso. Lo malo no está en la riqueza, sino en buscar vivir de ella sin generarla, en atropellar o robar a quien la genere. Lo malo está en buscar la riqueza como un fin y no como un medio productor del bienestar común; lo malo está en adorar a la riqueza como a un dios. Los méritos están para ser cultivados, ejercidos y disfrutados; la mediocridad sólo trae destrucción y desolación.

El odio produce efectos totalmente contrarios a los tratados hasta este punto. El odio se manifiesta a través del caos. De manera análoga se pueden mencionar los estados de este ciclo vicioso, ubicado en el lado oscuro. Observemos, ahora, los estados del lado del ciclo de mal y de su hilo conductor:

  • Destrucción,
  • Pobreza,
  • Malestar,
  • Y Envidia.

Bajo este ciclo de muerte el paso de un estado a otro, es posible debido a la fuerza demoledora del odio. El odio es la arteria por la cual fluye el veneno, que a su paso solo deja, llanto y desesperanza. El mal es astuto cauteloso, encantador y usa el camuflaje para confundirse con el bien. Es un error fatal desestimar al enemigo; él está siempre al acecho de los incautos, desprevenidos, los flojos de carácter y  de espíritu.

La destrucción es el polen del perverso, que siembra la anarquía y la miseria. Su onda expansiva aniquila todo vestigio de vida, apaga los sublimes sonidos, consume los aromas, disuelve los matices y extingue la luz.

La pobreza es el resultado de la devastación generada por el inicuo y por el resentido. De aquel que piensa: si no hay para mí, no hay para nadie. ¡La pobreza sí que es mala! y no es el propósito de Dios que vivamos en ruinas.

El malestar y el olor a muerte son la sensación amenazante en un ambiente demoledor de bienes y de valores fundamentales. El opuesto a la abeja podríamos decir que son las langostas, esas plagas depredadoras que consumen y destruyen todo a su paso.

Al comienzo de cada día y al llegar la oscuridad la envidia o resentimiento re alimentan la rueda auto destructiva, de este siniestro ciclo. Quien odia se va a la cama con amargura, quejas, sediento de venganza y se levanta cada mañana con pesar, angustia, desasosiego y con la furia del depredador.

Cada persona está llamada a ser un proveedor, un generador de riquezas. Todos estamos dotados de talentos y nos conviene explorar nuestras potencialidades y explotarlas. Cada virtud oculta o adormecida es un desperdicio. Dios nos ha llenado de dones para que sean descubiertos, desarrollados y disponibles para el disfrute del prójimo. El trabajo enaltece al ser humano, pues no sólo revela sus capacidades, sino también su vocación de servicio y con ello su orgullo por ser útil; por aquello de que “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

Qué la excelencia nos mueva, pero que la obsesión por la perfección no nos detenga. Debemos esforzarnos por crecer cada día, por ser cada vez mejores; no para prevalecer sobre  nadie sino para superarnos diariamente a nosotros mismos. A la cima no se llega atropellando a las personas, sino superándose a uno mismo.

La excelencia debe ser la brújula para cada tarea, ponderando y recordando que somos humanos con limitaciones y por ende tener en cuenta que “lo perfecto es enemigo de lo bueno” Voltaire. En esta misión de vida, la humildad debe ser un aliado inseparable. El zapatero a su zapato, el obrero a su fábrica, el agricultor a su tierra, el artista a su arte, el médico a cuidar la salud de la gente y el señor cura a su iglesia;  y todos a hacerlo bien.

Así que cada quien a crear riquezas, a dedicarse a lo suyo y  a poner el foco en lo que es bueno.

Cosme G. Rojas D

1/4/2018

@cosmerojas3

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