
Para un escritor un papel en blanco es como un espejo en la oscuridad: aunque está allí no refleja nada. A medida que fluye la escritura se desvanecen los prejuicios; el espejo comienza a iluminarse y lentamente aparecen los trazos de las ideas, las emociones y los relatos cobran vida.
La claridad del texto toma fuerza, mientras se reduce la resistencia a la pureza del mensaje interior. Desde el momento en que las frases encuentran su melodiosa armonía, lo escrito alcanza su independencia. Es entonces cuando el mensaje está listo para ser consumido, o recreado por otras mentes.
El escritor se enfrenta a una batalla interna cada vez que plasma sus ideas, pensamientos, emociones y percepciones. El escribir sana las heridas del autor, esas luchas internas motivan las alianzas con los monstruos internos, que acosan sin piedad ni descanso al relator. El escribir es siempre un inmenso desafío. Al finalizar la tarea se siente algo mayor a la satisfacción y eso lo genera el alivio por lo generado.
Particularmente, ante cada nuevo escrito me siento como un novato intimidado por las páginas en blanco. Los momentos de vacilar entre claudicar o dar curso a la energía, pueden ser agradables u hostiles y cada vez más persistentes. Finalmente, un cosquilleo en el estómago me impulsa a expresar lo que desde mi mente y espíritu reclaman ser liberados. No sé si es eso a lo que llaman la musa.
Twitter @cosmerojas3
Diciembre 2017
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