Son las cuatro de la tarde y llamé a su puerta. Ana caminó a la entrada del apartamento mientras decía:
—Un momento ya voy. ¡Hola!, qué buena sorpresa. Pasa adelante. Estabas perdido. Cuéntame ¿Qué ha sido de tu vida en estas tres semanas? ¿Dónde has estado? Ay perdón, termina de entrar y luego hablas.
Ya estaba adentro de la casa me senté y ella me veía mientras mantenía sus manos cruzadas, con postura atenta, agradada de mi presencia y ávida de respuestas. La miré con atención, aprecié su cálido y cordial recibimiento. Su suave abrir de manos, con una ligera inclinación de su cabeza, su amable sonrisa y ese brillo en sus ojos; me hicieron sentir bienvenido. Con ese marco hasta el más parco se anima a compartir sus opiniones y sensaciones. Entonces le dije:
—Bueno, a ver, ¿por dónde empiezo? Es enredado lo que te quiero contar.
—¡Muy fácil!, por el principio. —Dijo ella.
—Me animé y comencé a contarle… —¿Te acuerdas de aquella última noche que vine?…
—Claro, como olvidarla. Tu conversación estuvo espléndida. Todos aquí en casa estuvimos fascinados con tus relatos.
Después de un suspiro exclamé:
—Te he extrañado, Ana. —La miré y luego proseguí con mi relato— Creo que, esa noche, hablé más de la cuenta. De hecho, me excedí en la hora.
—Para nada, nos encantó esa velada y no he escuchado ningún comentario contrario.
—¿En verdad? A mí me parece que no les agrado a todos.
Ella me miró, frunció el entrecejo y no dijo nada, para no interrumpir mi franqueza.
—Aquella ocasión cuando me despedí, tu abuelita me acompañó hasta la puerta, la cerró y me retuvo unos minutos.
—¿En serio? La abuela es muy manipuladora ¿Qué te dijo? ¡Ups!…
—Ella me contó algo muy aterrador, comenzó así: Mire mijo usted se ve que es un muchacho agradable, de buena familia y de educados modales. Eso se nota y hay que reconocerlo; pero yo le voy a dar un consejo de anciana, con la mejor intención por supuesto y espero lo sepa comprender. Le ruego no me lo tome a mal.
—Seguro, la escucho con atención, —respondí a la abuela— aunque en realidad me encendió las alarmas de que nada bueno me iba a decir.
—Acérquese y asómese aquí conmigo. Dígame ¿Qué ve?
—Eso es una boca de lobo, —le comenté.
—Cierto y tal como me lo imaginaba, está en total oscuridad. Hay una historia que es necesario conocer, para no ser la próxima víctima. Me contó una señora, a quien le doy total credibilidad, que hacen cuatro años un joven bajaba por esas escaleras y sintió unos pasos como de un batallón que le perseguían. Se espantó y corrió con tal desespero que se tropezó con otro joven, su susto se incrementó y se dio cuenta que aquel muchacho también huía de la misma situación. Fíjese bien, aquí estamos en el piso ocho y cada uno de ellos es una estación llena de sorpresas, usted no sabe con lo qué se va a encontrar en el camino. —Tomó un suspiro para agregar mayor suspenso al drama, antes de continuar con su narración— El primer joven, en su carrera, logró adelantar al segundo; mientras sentía el resollar, en su nuca, de los atacantes. Se volteó y lo invadió un espeluznante terror al ver a esos perversos seres arrancar la cabeza, con una inmensa hoz, a aquel infortunado chico. La sangre le salpicó en el rostro. Ya sólo le faltaba un piso para llegar a la iluminada planta baja y con todas sus fuerzas corrió y se logró salvar. —Inclinó la cabeza, se llevó la mano derecha a su frente, y prosiguió— Ese infortunado joven se lo contó con todos los detalles a mi amiga; luego se mudó de este terrible edificio. Más nunca se ha sabido de ese chico. Algunos dicen que se volvió loco.
La abuela calló, por unos segundos, mientras me miraba de manera fija. Parecía validar el efecto de su cuento. Yo estaba aterrado y cualquiera podía notarlo.
Entonces la abuela comentó:
—Esto se lo comparto, para que evite quedarse hasta el anochecer. Le ruego no me mal interprete, usted es más que bienvenido, pero es mi deber advertirle de este peligro. No me perdonaría si algo le ocurriera, así que ande con cautela. Bueno vaya, vaya a casa, no le quito más tiempo.
Con el rostro pálido, al recordar esa experiencia, le dije a Ana:
—Te voy a confesar que esas palabras tenían una tenebrosidad estremecedora, logró alertar todas mis sensaciones corporales. Durante su relato el escalofrío y el horror se apoderaron de mi organismo. De hecho no me atreví a preguntar nada, para evitar que ahondara en detalles. Viví una verdadera pesadilla en ese interminable trayecto, hasta llegar a la planta baja.
Entonces Ana me interrumpió, con una sarcástica sonrisa, y me comentó:
—¡Gua! No me vas a decir que, ¿te creíste esos tontos cuentos de la cripta? ¿Una persona tan inteligente como tú, se ha dejado manipular por mi astuta abuela?
—Bueno, pensé que eran mentiras y para tratar de darme ánimo me dije: Esta historia, mal intencionada, tiene el propósito de alejarme de esta casa. Y no lo va lograr. Pero apenas había bajado un piso y recordaba cada detalle escuchado y se encendían mis percepciones. Mis piernas comenzaron a temblar, mi corazón latía muy fuerte y mi respiración estaba acelerada. Estando en el piso cinco escuché un ruido y lo asocié con aquel terrible batallón de seres inicuos, que venían por mi cabeza. Corrí con desespero y tropecé con alguien en el piso dos. Pensé: ¡Ay mamá!, todo este relato parece cierto y es tan coherente. Casi se me detuvo el corazón. Escuché el resollar de esos monstruos en mis oídos, giré y sólo vi a ese joven asustado y sorprendido por mi irregular reacción. Me apuré para llegar a la planta baja, en busca de la salvación, allí me quedé paralizado y me oriné encima de mis pantalones. Esa es la razón por la cual no había vuelto.
Ella permaneció callada, con cara de incrédula, por un instante y luego dijo:
—¡Caramba!, mi abuela tiene una gran imaginación, y la tuya no se queda atrás. Debes darle uso y provecho a esa cualidad. Si quieres podrías hasta escribir un cuento.
Ese día, no logré entender ese impávido comentario. Con el tiempo comprendí que la sensación de miedo no es tan terrible, como luce a primera vista. Bien sean reales o imaginarios nuestros temores, la mejor vía para vencerlos es a través de su desafío; porque:
“El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”. Tito Livio
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Tomado del libro «Relatos cortos del camino» (del mismo autor)
Twitter @cosmerojas3
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