Escribe que algo queda

Los seres humanos nos comunicamos, porque necesitamos transmitir nuestras: necesidades, sentimientos y pensamientos; me atrevería a decir que en ese orden. Puede bastar un gesto o una señal corporal, para expresar un mensaje; pero en muchas ocasiones en preciso e insustituible usar  la palabra, en cualquiera de sus acepciones. En la miles de lenguas que se hablan en el mundo, el hombre ha aprendido a usar y dar preferencia, por razones prácticas, al lenguaje oral. Hay personas que desarrollan o tienen capacidades innatas de fluidez y elocuencia; a esos se les conoce como oradores. El buen orador, con su mensaje, despierta emociones en el oyente, logra persuadir, despierta interés y puede hacer que el receptor cambie sus valoraciones, en sincronía con su discurso.  Dicen que un mensaje oral logra mayor conexión emocional, con las grandes audiencias, pero también tiene sus riesgos por errores, omisiones, falta de precisión, expresiones fuera de contexto y las tentadoras divagancias. Un buen orador debe escribir claramente sus ideas, hacer un esquema, antes de aventurarse a soltar la lengua.

La escritura representa la forma de expresión más elaborada, meditada, serena y calculada, con la cual contamos. Una gran historia se puede contar de manera verbal, pero al pasar de locutor en locutor sufrirá diversas transformaciones. Quien la escribe; tiene el tiempo a su favor para: equivocarse, corregirse, arrepentirse, atreverse, levantar la mirada, afinar el oído, percibir del ambiente y escuchar su ser interior; todo eso antes de decidir o animarse a compartir su mensaje.

El lenguaje sin escritura está amenazado en su sobre vivencia, porque al escribir se plasman los pensamientos, como una cámara fotográfica capta un instante de tiempo. El lenguaje escrito establece de manera: robusta, clara y perdurable las normas y la lógica de toda lengua. Facilitando a quienes la practiquen aprender y profundizar en las posibilidades de la comunicación  efectiva, en todos los infinitos campos de las necesidades creativas del ser humano. Al mismo tiempo la escritura, brinda el acceso y el vínculo a los fundamentos, filosóficos y lógicos, para quienes estén interesados en adquirir una nueva lengua.

El lenguaje oral también establece normas y lógicas, muchas veces intuitivas, aceptadas y comprendidas por las partes, pero son más vulnerables a las interpretaciones y por ende más subjetivo y menos robusto a través del tiempo. De hecho, hay lenguas ágrafas, es decir sin escritura, la mayoría de origen primitivo. Un ejemplo de estas son algunas lenguas indígenas. Los conocimientos de estas lenguas se transmiten de generación en generación y mientras estas comunidades permanecen aisladas pueden conservar su pureza. Esta limitación las coloca en riesgo a desaparecer;  subsisten amenazadas de convertirse en lenguas muertas. Cuando no se plasman las ideas a través de los símbolos convenidos, el lenguaje se expone a la anarquía y a descontroladas transformaciones; limitándose a poco menos que seudos dialectos. Imaginemos una pequeña y aislada población con una lengua primitiva, podrán entenderse en la medida en que las tradiciones los mantengan unidos geográficamente, pero si separan al cabo de unas cuantas generaciones es muy probable que no logren entenderse.

Dicen que las palabras se las lleva el viento, no creo en eso, pero es obvio que la escritura conlleva mayor compromiso, precisión y responsabilidad. Decía Pilatos «quod scripsi, scripsi» (lo escrito, escrito está). En tiempos remotos la palabra dada era suficiente, para cerrar un contrato. Sin embargo la palabra escrita se impone porque permanece, es verificable, por lo cual es más fácil demostrar su veracidad. Una persona a quien conocí hace muchos años, parafraseaba el siguiente adagio “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice”,  completando el pensamiento con esta ingeniosa y elocuente sentencia “y susceptible de ser llevado a una corte, por lo que escribe”

La escritura deja la traza indeleble de los pensamientos, sentimientos, creencias, miedos, mitos, expectativas. La escritura se parece a la fotografía, ambas capturan momentos, pero con mayor poder de definición. Quien desarrolla el hábito de escribir puede darse cuenta de cómo las huellas de la vida se mueven, puede registrar cómo ocurren los cambios.

Escribir abre, en cada persona, múltiples posibilidades. El hábito de la escritura conduce a ser reflexivo, preciso, indagador, sensible, sensato, tenaz, te sumerge en un espiral de dudas y de manera simultánea te llena de ganas por superarte.

Al escribir compartes tus percepciones y te aseguro que son únicas; puedes sentirte más libre y puedes aprender a despojarte del tonto afán de pretender la perfección. El ejercicio constante de escribir puede ayudarte a entender que todo cambia y que tenemos posibilidades de aproximarnos a la verdad.

Cosme G Rojas D

Marzo 2016

Publicado en https://rojascosme.wordpress.com/

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